miércoles, 16 de junio de 2010

Vaya-uno-a-saber-quién


El farol seguía en pie. Tieso, erguido contra un cielo que en llamas rojas se consumía en el horizonte, dejando a su paso un azul vacío y oscuro donde hasta hacía unas horas había habido un amplio y liso celeste claro, tan solo interrumpido por los rascacielos y edificios que se cernían, grises, sobre él.
La gente había caminado bajo aquel color, nutriendo de movimiento una ciudad hambrienta y apresurada. Los autos habían acelerado por sus calles y avenidas, frenando cada tanto en inútiles semáforos, que en rojo los observaban, intentando vanamente apagar aquellos motores que ansiaban un nuevo cambio en sus cajas, un nuevo impulso que los hiciera seguir circulando, para dejar atrás tan solo una nube negra y vaga, producto de la combustión de alguna espesa sustancia y algo de oxígeno.
Él también había corrido por las veredas de aquel sistema. Llegaba tarde a vaya-uno-saber-qué-lugar. Quién-sabe-qué razón lo había atrasado, pero igual había llegado a tiempo. ¿Para qué aquel movimiento, entonces? No se lo había preguntado. Tú-sabrás-cuál hora lo había hecho entrar, a hacer “algo”. Mecánicamente, sin pensarlo y simplemente dejándose guiar por los consejos de una conciencia que no le pertenecía, había seguido vaya-uno-a-saber-cuál rutina, hablado con quién-sabe-cuántas personas y hecho quién-sabrá-cuántas cosas, para finalmente regresar a aquella habitación a la que, sin comprender su significado, llamaba hogar. De allí había salido para a allí volver, pero no le había prestado atención. Tú-sabrás-qué tareas lo esperaban, impacientes. Las resolvió una a una, sin siquiera echarles una mirada. Al terminar, cuidadosamente las amontonó, ordenándolas según vaya-uno-a-saber-qué criterio.
El Sol ya no brillaba en el cielo cuando él se dignó a mirarlo. Apoyado contra el frío hierro observó la oscuridad, sin que siquiera el silencio le devolviera la mirada, y sonrió. Lo único que quedaba era aquella luz.
Sin apagar su sonrisa se volteó a mirar aquel farol. Suspiró ante su brillo y rió de su reacción.
Inexpresivo ya, levantó nuevamente la cabeza hacia el cielo, y, sin encontrar en él ni una estrella, pateó su última esperanza, extinguiendo su luz, para perderse en la nada.

Te lo dedico, Robin. Vendría a ser El farol IV.