lunes, 19 de septiembre de 2011

Monólogo interno

Sep. Heme aquí intentando reflejar todos esos pensamientos pasados en papel, intentando dejar por medio de las palabras escritas todo aquello que se expresa en mi mente como palabras hechas de viento, que se piensan para no volver jamás. Let it all out, let it all out. ¿Qué será lo que me impide cumplir con el mensaje que me atrae tanto de esa canción? ¿Por qué las palabras que se amontonan tras mis labios y hacen presión en mis párpados, dispuestas a salir incluso en una exhalación involuntaria, no logran nunca su propósito y se quedan estancadas en mis pestañas, si poder ser transmitidas por todas esas lágrimas que ruedan por mis mejillas? Me siento prisionera de mi propia censura, que pareciera ser inconsciente e invencible a la vez que ridícula y voluntaria. ¿Existirá o no una fracción de mi persona que no puedo gobernar? ¿Existirá o no aquella sombra tan tangible pero imposible de probar que se opone a mis decisiones e impone su voluntad?

En fin, particularmente ahora, tengo un monólogo con dedicatoria obligatoria, absolutamente indispensable, al parecer. No sólo es impronunciable, sino que también es un caso perdido y repetitivo a la hora de pensarlo, ya que acude siempre en un mismo entorno y no hace más que variar en algunas palabras, como si fuera el guión de una obra de teatro que practico una y otra vez durante las duchas, las siestas, los viajes e incluso los sueños. Siempre me lo imagino en su presencia, siempre acompañado de ese alivio que daría el ser finalmente pronunciado. Algunas veces en inglés, otras en español, y otras más con palabras japonesas coladas, me ha pasado de incluso fantasear su reacción o la situación del discurso. Y sin embargo, en síntesis, es siempre lo mismo. Como un disco rayado, no hago más que pasearme por el círculo vicioso que traza mi inconsciente. Atrapada en su curvatura, muchas veces caigo engañada por su ilusión y no puedo evitar creer que escapé de él. Y lamentablemente, encerrada en su ciclo infinito, siempre termino despertando a su cruel realidad. Tan simple y tan compleja a la vez, a la hora de analizarla me pierdo en el intrincado laberinto de emociones y sentimientos que lo causan, sin poder nunca encontrar su salida, sin poder nunca hallarle solución. Es así como es ése ciclo el que muchas veces abre a mis pies el pozo horrible de la depresión. ¿Realmente podré escapar alguna vez? El pozo, el laberinto, el círculo. No puedo huir de ellos, y tampoco encuentro forma de solucionarlos. Pareciera incluso que cuanto más me esfuerzo por enfrentarlos, más aterrada y enterrada en ellos quedo; cuanto más me esfuerzo por lograr vencerlos, más enredada y dolida quedo con la derrota. ¿Nadie me puede ayudar? No. Nadie puede enfrentar los problemas de otros. No soy nadie para pedírselos tampoco. ¿Es que yo… me siento sola? Sí. Terriblemente sola. ¿Por qué me duele tanto estar sola? No sé. La estúpida esperanza de que alguien me rescate de esta oscuridad no hace más que hacerla más densa. Las horribles aspiraciones a que alguien me abrace entre sus brazos y me consuele lo único que consiguen es hacer que más lágrimas caigan a aquel lago helado que se extiende bajo mis pies, que poco a poco aumenta en tamaño y amenaza con tragarme, hundiéndome en su tenebrosa quietud, ahogándome con su intenso frío. Pero aunque lo intente, no puedo deshacerme de esa luz, de esa única luz, que me mantiene cuerda entre las sombras. No importa cuánto me encandile, no importa cuánto me ciegue y me aparte de la salvación, no puedo dejarla ir, porque es lo único que me queda en las profundidades de mi ser. Estoy perdida, ¿no es así?

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